lunes, 28 de agosto de 2017

31 días, ni uno más ni uno menos

Dicen que bastan 21 días para hacer de algo un hábito. Y así como quien no quiere la cosa se alargó a 10 días más. Aunque en realidad estaba  más que cantado, ese ensayo-error de novedades estaba abocado estrepitosamente al fracaso:

Subió el telón y dio paso a entramados de juegos de azar y subastas en el mercado. Un lunes improvisado llegó el final de múltiples batallas en que unos ganaron y otros perdieron, o mejor dicho, unos salieron invictos y otros resultaron dañados. Todo lo que hubo por descubrir se conoció, todo lo que debía suceder ocurrió y todo lo que se imaginó quedó en una mera tentativa. Aterrizando en satélites tan perdidos como el reflejo de su silueta en la galaxia. Reafirmó que ya no estaba para los versos de Neruda. Hizo un testamento sobre la cuestión de ritmos basado en todo lo que aprendieron sus zapatos, que fue catalogado como insoportablemente lento. Recibió un arsenal de críticas invertebradas que añadir a las cicatrices malgastadas. Apedreando el zaguán de las causas inevitablemente perdidas. Esto desde un principio ya estaba perfectamente contemplado en la lista, pensó.

En resumidas cuentas, cualquier experiencia vivida  no fue un tiempo perdido, solo sirvió para disfrazar sus palabras con sonrisas de papel. Se despertó. Cerró el telón. Acabó el espectáculo y comenzó la mudanza tras ser embestida por una ola.







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